Hace unos años descubrí al escritor y filósofo Nuccio Ordine, cuando un antiguo alumno me regaló su libro La utilidad de lo inútil de la cuidadosa editorial Acantilado. En ese manifiesto descubrí a un gran humanista, hombre inteligente, un libre pensador, que con su libro me conquistó desde la primera a la última página; pero también al recibir el libro me di cuenta de uno de los tesoros que tiene nuestro oficio, el recuerdo que dejamos en ciertas personas después de su formación, y que el aprendizaje entre el profesor y el alumno nunca termina. A partir de ahí he intentado seguir las nuevas publicaciones de este escritor Clásicos para una vida, Los hombres no son islas, Tres coronas para un rey, etc. En la actualidad, este autor italiano está considerado uno de los intelectuales más reconocidos junto a Jurgen Habermas, George Steiner, Slavoj Zizek, Byung Chul Han, etc.
Recientemente Nuccio Ordine recibió el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2023. Nuestro protagonista defiende la importancia de esos saberes “poco prácticos”: el arte, la literatura, el teatro, la poesía, la filosofía, la CULTURA, en un mundo que va muy deprisa y que solo se preocupa por la formación de trabajadores y consumidores para que el día de mañana formen parte de una cadena productiva y de una sociedad de consumo caníbal, donde además desaparecerán trabajos actuales y aparecerán otros que desconocemos. El autor nos invita a reflexionar sobre las transformaciones sociales que se están produciendo en la escuela, en la familia y la universidad. Para él las democracias y sociedades avanzadas deben preservar un pensamiento crítico y las competencias tecnológicas deben subordinarse a aspectos culturales, humanos, ÉTICOS, para crear justicia y paz social. Creo que este hecho es compatible con economías sostenibles a corto y largo plazo.
El filósofo italiano afirma que no se debe estudiar sólo para lograr un título, o únicamente por sus salidas económicas, porque es crear consumidores pasivos que sólo piensan en el éxito y el dinero, y no en su autorrealización o felicidad. Los alumnos deberían estudiar para mejorar, para crecer, para que el conocimiento sirva como instrumento de cambio, compromiso civil y libertad.
En la sociedad de la prisa, de la inmediatez, del café para todos, y donde el consumo nos posiciona en un status social donde el tener vale más que el ser, un modelo educativo humanista e innovador no puede estar al servicio de la tecnología, sino debe servirse de ella para descodificar con la ayuda del profesor la información de calidad que permita interpretar mejor la realidad, construyendo un pensamiento crítico, creativo, que fomente la reflexión, la investigación, la sostenibilidad y los valores éticos. Los alumnos y profesores necesitan interactuar, dialogar y comprometerse en la experiencia vital de estar juntos para aprender. En varios artículos de investigación del New York Times sobre los dispositivos digitales y las iniciativas de las élites de Silicon Valley se muestra que las familias con mejor posición económica consideran que una educación de calidad debe privilegiar las relaciones humanas y la cultura humanística y científica. Sin embargo parece ser que en una educación más estandarizada se recurre a más canales telemáticos y virtuales mermando el protagonismo del profesor y reduciendo los recursos para la formación. ¡Qué paradoja!, porque los resultados académicos y el bienestar de los alumnos son muy diferentes…
Nuestra propuesta defiende la importancia del docente, del maestro, frente a un aparato o plataforma digital, porque el profesional no sólo transmite conocimientos, sino que enseña otras habilidades y competencias tan necesarias para un ser humano: la comunicación con los compañeros y la forma de relacionarse, la cooperación, la confianza, la argumentación, la creatividad, la gestión emocional y otros valores éticos tan importantes para la convivencia como la autorregulación y autoestima personal. El maestro puede potenciar la creatividad artística, la admiración por la belleza, la cultura en todas sus expresiones. Es capaz de reconocer el potencial de sus alumnos, sus necesidades, sus miedos, sus dificultades y los tiempos y ritmos que necesita cada uno de ellos en el proceso de aprendizaje.
Por otro lado, son tiempos donde es necesaria la CALMA, ya que el estrés y las prisas, tratan de trasladarse a todos los niveles de socialización: familia, escuela, universidad, trabajo, anulando todo tipo de reflexión y análisis. Por ello, como adultos debemos esforzarnos en detenernos, serenarnos, cultivar más el presente y dar ejemplos con nuestros actos a nuestro alumnos e hijos. La calma debería presidir cualquier toma de decisiones, porque educar en ella proporciona bienestar, seguridad, paciencia, aporta empatía y adaptación al procesamiento de la información, y al ritmo de aprendizaje de los niños. Además, permite una buena respiración, canalizar la energía de forma positiva, focalizar la atención, la concentración, controlar los impulsos y hacer posible la metacognición. Según Ramón Andrés, cuando conectamos con el ritmo de nuestra naturaleza, y nuestras necesidades socioafectivas, dejando de incentivar lo inmediato, la prisa, la productividad, la superficialidad, descubrimos que la calma y la serenidad pueden ser la salvaguarda de nuestra salud mental y física; pero también la de nuestros alumnos. ¿A qué llamamos lo útil y lo inútil?...
D. Javier Rodríguez Toro
Director del Colegio Gondomar