Julio Casado
Recolectando los frutos de nuestros sueños
Tras diez meses de laborioso trabajo, recogemos el fruto de nuestro esfuerzo. Cada uno de nosotros ha aportado parte de lo mejor de sí mismo: hemos tenido que acarrear rocas, que dar de comer a las lombrices, que arar una tierra que, en ocasiones, parecía más un arenero que un huerto de labranza. Y, sin casi darnos cuenta, sin terminar de creernos que fuésemos capaces, hemos ido dando forma, creando, un lugar con vida donde antes había una escombrera.
Pocos de nosotros creímos que esta tierra que parecía yerma daría frutos. Mirábamos con extrañeza a los profesores cuando nos enseñaban a manejar las herramientas o cuando nos instaban a esforzarnos para dejar un lugar mejor para nuestros compañeros de cursos inferiores. Salíamos entusiasmados por poder estar un rato al aire libre y, de repente, se obró el milagro. Es curioso como fuimos dándonos cuenta de lo que cambiaba el huerto semana a semana, gracias a nuestra labor.
Por eso hoy, más que los frutos de nuestro trabajo, nos llevamos los frutos de nuestra ilusión. Porque a todos nos gusta imaginarnos un mundo mejor y nosotros, arando esta tierra, hemos aportado nuestro granito de arena para hacer del huerto, un lugar mejor.