Las diferencias nos hacen especiales, únicos. Nos conectan con la diversidad, con la naturaleza, con la maravilla de la existencia y el misterio de la vida, del Universo.                 

Ser diferente, sentir, pensar y hacer las cosas de otra manera, romper con las expectativas, mirar al mundo de otra forma, ser diferente. Cultivar el silencio cuando otros hacen ruido. Amar sin ser correspondido y corresponder cuando somos amados; aprender a perder y a levantarse y seguir creyendo. Ser una flor “rara” en el desierto o un verso suelto, nuestra singularidad nos hace valiosos, necesarios.                      

Puedes sentirte diferente por ir contra corriente, por buscar la bondad, la belleza, la verdad, por amar el arte y la cultura cuando otros solo adoran el consumo, intentando llenar su vacío, su abismo, siguiendo a esos apóstoles del mercado e influencers que solo se preocupan por sí mismos y sus “business”.                                                                     

Puedes ser diferente y único sin tener necesidad de exponerte en las redes o “Instagram”. Sin tener que disfrazarte de lo que no eres para solo ser aceptado por los demás.

El primer paso y más importante para tu salud mental … ¡Eres tú! Debes aceptarte a ti mismo, tal cual eres, con tu altura y peso, con tus heridas, errores, enfermedades y miedos, con tus aficiones, tus limitaciones intelectuales o físicas, tu credo, tu color de piel e identidad.

Como decía Kant, la pereza y la cobardía pueden ser la causa de no querer salir de “la minoría de edad”, pero también de no querer descubrir los misterios del mundo para contemplar la belleza de las diferencias. No existe una verdad absoluta sino, como decía Ortega, diferentes y múltiples perspectivas que nos enriquecen y complementan a cada uno de nosotros. Desde las diferencias podemos aprender a respetarnos y entendernos, humanizarnos.

No elegimos nacer en el norte o en el sur, en una familia determinada, con recursos o sin ellos, en una ciudad o en un pueblo. Todo eso nos viene dado y no podemos alterarlo; como tampoco podemos controlar los accidentes, los sucesos y todas las cosas que no dependen de nosotros. Sin embargo, sí podemos elegir una actitud ante esas circunstancias y sacar la mejor versión de nosotros mismos. Eso es lo que nos diferencia del resto de los seres vivos de este planeta.

Desde una mirada inclusiva en educación, y comenzando desde las familias, debemos preparar a los niños a ser tolerantes, solidarios, respetuosos, a que presten atención a lo que les une o conecta con los demás, desde el ejercicio de una razón práctica y ética que evite tomar decisiones basadas en los prejuicios, estereotipos o el miedo.

Max Planck, que recibió el Nobel de física, consideraba que puede existir una conexión entre todos nosotros y que formamos parte de un todo energético que está interrelacionado, una especie de matriz universal o campo de inteligencia universal que sustenta toda la materia. Otros científicos hablaron del principio holográfico, afirmando que no puede haber separación entre ninguna de las manifestaciones del universo, ya que son expresiones de la misma información. Todo en la naturaleza tiene un sentido, el ser más insignificante para nosotros puede tener un valor y formar parte de un equilibrio en la naturaleza. Las diferencias nos hacen especiales, únicos. Por ello, desde los Colegios tenemos que atender esa diversidad como una oportunidad para crecer y madurar; debemos ser un lugar donde todos puedan sentir y percibir que tienen un valor para los demás porque aportan algo valioso que hace mejor al grupo y, del mismo modo, el grupo les devuelva otros valores, talentos, oportunidades y aprendizajes.

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D. Javier Rodríguez Toro

Director del Colegio Gondomar

Publicado en Educar para Ser